“Soy el tío que os hace soñar con esas cosas que nunca
tendréis. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es
durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior
envejezca. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente
feliz no consume. Necesitáis urgentemente un productor pero, inmediatamente
después de haberlo adquirido, necesitáis otro. Para crear necesidades resulta
imprescindible fomentar la envida, el dolor, la insaciabilidad: éstas son
nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco. Me paso la vida contándoos mentiras
y me lo pagan con creces. Dondequiera que miréis reina mi publicidad. Os impido
pensar. Yo decreto lo que es Auténtico, lo que es Hermoso, lo que está Bien.
Idolatráis lo que yo elijo. Cuanto más juego con vuestro subconsciente, más me
obedecéis. Vuestro deseo ya no os pertenece: os impongo el mío. Soy yo quien
decide hoy lo que os gustará mañana. No toméis a la gente por tonta, pero nunca
olvidéis que lo es. Los anunciantes no quieren que vuestro cerebro funcione,
quieren convertiros en borregos. La magia se ha producido: despertar en gente
que no puede permitírselo el deseo de poseer algo que diez minutos antes no
necesitaba. La publicidad se encarga de hacer creer a los ciudadanos que la
situación es normal cuando no lo es. Siempre se puede encontrar algo mejor. La
gente no sabe lo que quiere hasta que se lo ofrecen”.
Este es el montón de frases (auténticas perlas) que tengo
subrayadas en el libro 13,99 € de Frédéric
Beigbeder, un libro que descubrí en primero de carrera y que me hizo
mirar a la publicidad con otros ojos. Cuatro años después aún lo sigo leyendo,
porque me parece increíble la dureza y la frialdad con la que transmite su
visión de este mundo, pero cada vez estoy más de acuerdo con él. El señor
Beigbeder fue despedido por publicar este libro. Por algo sería. Aunque no sé
dónde está el problema de cuestionarse la dudosa moral de este oficio,
cuando vivimos en una sociedad de consumo en la que las personas han dejado de
ser personas para ser productos.
Es cierto que no es un libro de 10, y que empieza mucho mejor de
lo que acaba, pero es interesante ver cómo un importante publicista francés
(suyo es el eslogan para Wonderbra "Mírame a los ojos... He dicho a los ojos") narra lo que ha
vivido en este mundo, su particular visión.
La publicidad es el principal mal de
este siglo. Por supuesto. Porque en ella van inmersos unos valores sociales,
éticos y personales que penetran de forma inconsciente en la persona y que
pueden hacer cambiar su actitud. Y aquí se me plantea una cuestión, ¿tienen
lugar primero los cambios sociales y después viene su reflejo en la publicidad,
o es la publicidad la que provoca esos cambios sociales? Es una pregunta que me
inquieta, y más después de leer todo lo que tenía que decir F.B. Creo que la
publicidad simplemente refleja la sociedad en la que está inmersa, ni más ni
menos. Aunque es cierto que a través de este reflejo puede recoger los aspectos
más avanzados o más conservadores de la sociedad, contribuyendo a acelerar o
ralentizar estos cambios sociales.
¿Publicidad como arma o como arte? Cada cual que piense lo que
quiera, yo lo tengo muy claro.
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